02 agosto 2009




“Esto es Hermoso”: Madre Blanca
Por: José Enrique García Sánchez

Blanca Estela López Rojas era una adolescente como cualquier otra. Le gustaban las fiestas y disfrutaba a sus amigos, pero no tardó mucho en sentirse atraída por la posibilidad de convertirse en religiosa, luego de involucrarse con un grupo de jóvenes que participaba activamente en la iglesia de su comunidad.

Cuando verdaderamente entendió la trascendencia del paso que pretendía dar, se asustó y pospuso la decisión. Hoy ha comprendido que los dilemas y el miedo nunca desaparecen del todo.

“Me ha costado sangre pero no me arrepiento, esto es hermoso”, afirma Madre Blanca, a tres años de haber sido designada Superiora Vitalicia de Religiosas Ecuménicas de Guadalupe.

En su natal Durango le había llamado la atención la congregación de hermanas Capuchinas, y en su joven mente comenzó a germinar la idea de convertirse en una de ellas y dedicarse a la vida religiosa contemplativa.

Apenas había transcurrido un mes de su participación en el grupo de jóvenes, cuando se embarcó en una aventura con ellos. En su visión inexperta, el grupo acordó recorrer diversas zonas de Durango, Guanajuato y Mazatlán, hospedándose en hogares de familias católicas, con el ánimo de hacer trabajo misionero y aprender sobre la palabra de Dios.

El viaje concluyó en Tijuana, pero las experiencias vividas hasta ese momento no solo no respondían sus interrogantes más profundas, sino que las agudizaban: Buscaba una señal divina que le permitiera saber donde la quería Dios.

Su peregrinar por esta frontera duró de 2 a 3 meses. Pasaba horas llorando, sentada en las bancas de la Catedral de Guadalupe, pidiendo orientación a la Virgen de Guadalupe.

Fue en esas fechas que conoció a Monseñor Puente precisamente cuando celebraba sus bodas de plata como sacerdote. Después de una amplia charla y una llamada de atención, regresó con su familia, y la instrucción de hacer bien las cosas e informarles su decisión de consagrarse a la vida religiosa.

Ella estaba cada vez más convencida de que ese era su destino y regresó a casa pero no se atrevía a comunicar abiertamente a su familia, sobre todo su padre, que había tomado una determinación categórica.

“Mi papá era demasiado conservador y pensé ¡no me va a entender!. Ese tiempo fue muy duro, fue una lucha interna, yo comulgaba todos los días pero eran muchas las tentaciones, sin embargo, yo pedía y sentía esa fortaleza de Dios, y mis padres se convencieron de que la cosa iba en serio”, recuerda.

El día que abandonó su hogar para retornar a Tijuana en cumplimiento de la promesa hecha ante Monseñor Puente, su padre ni siquiera la despidió, solo su madre. “Sentía que me estaban arrancando algo muy fuerte”.

Ya en Tijuana, la sensación de desprendimiento y renuncia a todo lo que conocía se intensificó. Eso habría de cambiar.

“Cuando llegué aquí (la congregación) sentí que era este el lugar, que este era mi lugar”.

Sus dudas, temores y dolores iniciales desaparecieron poco a poco, pero solo para ser sustituidos por otros relacionados con su futuro desempeño al interior de la misma, siempre cuestionándose sobre la profundidad de su vocación y compromiso, preguntándose si hacía las cosas adecuadamente, si iba en el camino correcto, y si, finalmente, cumplía las expectativas de Dios.

La noción que tenia de lo que era la vida religiosa fue adquiriendo su verdadera dimensión con el paso del tiempo, en la medida en que maduraba su fe y comprendía cada vez mejor lo que implicaba la renuncia a todo y su entrega total a Dios, la entrega de la voluntad y el desprendimiento de las cosas del mundo.

“Mientras más crece uno en la vida religiosa más gracias recibe, y esa intimidad con Jesucristo es algo difícil de narrar.”

En ese contexto, el abandono de sí mismo como paso hacia la generosidad, transita por varias etapas de profundización. Es una generosidad que consiste en pensar en los demás, servir a los demás, servir a Dios por amor a los demás y a los demás por amor a Dios.

Eso se manifiesta más claramente conforme llegan las responsabilidades, como le ocurrió a ella una vez que fue designada Superiora Local y tuvo a su cargo a las religiosas de una de las casas de la congregación. “Llora uno de pensar en enfrentar las responsabilidades”.

“Está uno acostumbrada a que le digan lo que tiene que hacer, pero cuando tu eres el que debe decir lo que se va a hacer estás siempre con temor, te olvidas de tí y te preocupan los demás, siempre estás con la interrogante y hay momentos de miedo, pero tiene uno que agarrarse de Dios y confiar en él”.

Poco después fue nombrada maestra de 3 o 4 aspirantes, y la experiencia se repitió, siempre se repite. Siempre hay un elemento nuevo que genera preocupación. Las pruebas son frecuentes.

“Más difícil cuando hay hermanas mayores. Eso fue muy difícil, dar órdenes a hermanas mayores, con toda la antigüedad y respeto que uno siente por ellas”, comenta la Madre Superiora.

En los hechos ya la había entregado desde muchos años atrás, cuando servía a la iglesia a través del grupo de laicos conocidos como Legión de Maria. Mujeres que viven circunstancias similares son frecuentemente invitadas por Monseñor Puente a sumarse a la congregación.

A la fecha, Madre Blanca afirma haber crecido enormemente hacia “una espiritualidad suave, madura, con los pies en la tierra”, y convencida de que el aprendizaje solo termina cuando uno muere. Solo con estudio, como el que reciben en Ecuménicas de Guadalupe será posible sacar un fruto espiritual para aplicarlo a su día, y entregar a la iglesia, calidad más que cantidad.

Todo eso, siempre con una sonrisa y con generosidad, con entrega, “porque ya ni la voluntad te pertenece, le pertenece a Dios”.

En su corazón hay un espacio especial para Monseñor Puente a quien debe su vocación. “Monseñor es el alma de la congregación por inspiración de Dios”.

Su preocupación principal son las 18 religiosas que conforman la congregación a su cargo: “Me veo en ellas y rezo todos los días por ellas, pido que puedan crecer más”.


Monseñor Puente: el corazón detrás de la rudeza
Por: José Enrique García Sánchez

El suyo no es precisamente un estilo popular.

Quien lo ha escuchado por primera vez lo ha considerado radical, rígido y hasta anticuado.

Regañón es el término más suave que algunos usan para describirlo.

Su prédica suena ruda, el tono grave de su voz contribuye a proyectar una imagen de dureza, y cuando habla parece que se ha comido un micrófono, pero con micrófono o sin él, su voz se escucha de un rincón a otro, ya sea en el templo o fuera de él.

No hay posibilidad de ignorarlo. Imposible afirmar que no se entiende lo que habla.

Una cosa es tan clara como lo que dice: no le interesa agradar o quedar bien. Tampoco tiene conflictos para elegir el estilo porque está determinado a llamar las cosas por su nombre.

Ciertamente, es intransigente e intolerante porque no transige ni tolera las conductas que contravienen los preceptos de la Iglesia Católica, especialmente de quienes afirmando ser católicos ignoran tales mandamientos o las encubren en actitudes “modernas” que relativizan el aborto, consideran aceptable la eutanasia, y minimizan la liberalidad sexual.

La voz no le tiembla para llamar la atención a alguien en plena misa porque no se ha cubierto la cabeza. Le gusta el orden y es demandante cuando se trata de garantizar que la ceremonia se lleve a cabo con respeto, recogimiento y seriedad.

Tampoco le ha temblado la mano para ordenar, previo regaño, que una novia o quinceañera, y/o sus damas de honor, fueran tapadas con cualquier prenda que se tuviera a la mano, por usar vestidos muy escotados.

“!La casa de Dios se respeta!”, respondió molesto, provocando la indignación de uno que otro familiar.

“!Yo no me casé para que vengan a separarme de mi marido aquí en la iglesia!”, aseguró indignada, en otra ocasión, la asistente a una ceremonia de quince años, antes de abandonar el templo. Le pareció insultante la regla que los hombres deben sentarse de un lado y las mujeres de otro.

“!Así no vuelve a entrar a la iglesia!”, dijo el Padre Puente en otro momento, a voz en cuello, a un fotógrafo de larga cabellera que retrataba una de esas ceremonias.

Si la feligresía no escapa a sus enérgicos llamados de atención, menos las Religiosas Ecuménicas de Guadalupe, los niños del orfanato que dependen de ellas, y los jóvenes que cursan los estudios de pre-seminario.

“Mi mamá siempre me decía ¡hay hijo, no seas tan duro con ellas!, pero yo siempre le respondía que era necesario, la disciplina es parte importante de su formación”. Pese a ello, no es raro escucharle suavizar la voz y decir con timbre de orgullo: “!Mis monjitas!”.

Tal disciplina tiene una explicación en los códigos de disciplina militar que tomó de West Point y otras instituciones educativas, donde la formación académica es acompañada por esas pautas de comportamiento.

Pero la misma moneda tiene otra cara. El corazón se le “arruga”, se le hace chiquito cuando ve sufrir a alguien por la salud perdida, desempleo, la pérdida de un ser querido o el apuro económico. ¡Hay que tener caridad hijos!, insiste a todo aquel que le escucha.

No le interesa siquiera, juzgar si una persona se acerca a la congregación aparentando una necesidad que no tiene. “Eso lo debe juzgar Dios”, ha dicho.

Caridad es justamente lo que practica. No hay compromiso por muy fuerte que sea, que le impida salir corriendo a atender un enfermo o moribundo, sin importar la hora.

Con la misma preocupación dispone lo necesario para llevar a la población sacramentos como la primera comunión y confirmación. Particularmente le interesan quienes viven en unión libre. “!No les va a costar ni un peso, así los caso pero vengan ya!”

Los calificativos que varios feligreses usan para referirse a su trato son parecidos, son en realidad sinónimos de dulzura.

Quienes lo conocen de mucho tiempo, y domingo a domingo han seguido su trayectoria, coinciden: “La verdad es que Monseñor es un pan”.





25 Años Después…


Por: José Enrique García Sánchez


Son las 5:30 de la mañana en el corazón del fraccionamiento Murúa.

Disciplinadas, en silencio, casi una veintena de hermanas se levantan para cumplir la primera de sus múltiples tareas cotidianas: rezar.

A unos ocho kilómetros, en el poblado de La Gloria, otras cuatro hermanas ya hicieron lo propio media hora antes, y se preparan para enviar a sus aproximadamente 20 hijos a la escuela, después de haberlos bañado, vestido y alimentado.

Así comienza un día típico en la vida de las Religiosas Ecuménicas de Guadalupe, que este mes de mayo celebran un cuarto de siglo de haber nacido a la vida como una congregación atípica, única en México.

Sin embargo, para su fundador, Monseñor Isidro Puente Ochoa, esos 25 años de existencia, apenas constituyen las bases, el cimiento del proyecto. “Realmente esto es apenas el principio de lo que queremos hacer”, dice.

Fue a su regreso de Roma después de haberse ordenado sacerdote, que maduró la idea de crear la congregación, preocupado en parte por las religiosas que por diversas razones salían de otras órdenes.

Se dio a la tarea de iniciarla en 1984 pero el gusto duró poco. Luego de un accidentado arranque y una pausa, finalmente logró el objetivo en 1985. En todo ese proceso siempre estuvo presente su madre, Evangelina Ochoa Chapula, una maestra que contribuyó a la fundación de la Universidad de Colima, y que desempeñó un papel central en la existencia de Ecuménicas de Guadalupe.

“Empezamos prácticamente a contracorriente, y con muchos obstáculos, sin recursos, pero decidimos que así debía ser. Dijimos entonces que si a pesar de todo eso el proyecto funcionaba sabríamos que era la voluntad de Dios que así ocurriera”.

Antes de eso, Monseñor y su madre se acercaron a otras congregaciones para conocer su experiencia en la operación de las mismas, sus reglamentos, objetivos y resultados.

Evangelina Ochoa se convirtió entonces en la maestra de las jóvenes mujeres que ingresaron a la congregación. Diseñó sus hábitos y les enseñó cuanto sabía no solamente en el campo académico sino sobre la vida misma.

Poco a poco el proyecto fue creciendo, evolucionando. Lo que comenzó con responsabilidades y compromisos sencillos como la catequesis, se transformó en un plan de estudios cuyo diseño tomó 14 años.

A la fecha, cada religiosa cursa un plan de 13 años en cuatro etapas antes de entrar a la Universidad. El primero incluye estudios de primaria hasta preparatoria pero con enfoque católico. Luego estudian una licenciatura eclesiástica consistente en el aprendizaje de Filosofía y Letras, para lo cual se usan los textos clásicos en sus lenguas originales.

La tercera etapa son estudios de Filosofía Escolástica, por los que reciben el grado de Maestría, y finalmente, la carrera de Teología Escolástica, que tiene nivel de doctorado.

Conocido por la firmeza de sus convicciones, Monseñor Puente Ochoa no vacila en auto identificarse como conservador y tradicionalista, y esta visión no está exenta incluso de la autocrítica, y el cuestionamiento hacia la misma iglesia que tanto ama y le preocupa.

Por eso no duda en afirmar que las Religiosas Ecuménicas de Guadalupe tendrán como objetivo principal, prepararse tanto como un sacerdote diocesano, para cualquier tipo de apostolado, capaces de resolver problemas desde psicológicos hasta doctrinarios, “Serán reparadoras universales, doctoras del corazón de la iglesia”.

Lo que sea que hagan en el futuro deberán hacerlo muy bien, pero además gratuitamente, lo mismo si operan un hospital que un centro educativo.

“Esta congregación nació de una crisis en la iglesia, nació para poner las cosas en su lugar. La iglesia está muy mal, y esto lo han provocado los hombres, los sacerdotes, no los feligreses”.

A este panorama opone el ideal de Iglesia que pretende ayudar a construir, mediante la formación de futuros sacerdotes y religiosas. Su estándar es muy alto: Los sacerdotes deben prepararse para convertirse en Papa, y las religiosas como si fueran a ser la Madre Superiora de la congregación, así de simple.

“Para ser la esposa de Cristo tienen que ser las mujeres más preparadas. Solo así lo entenderán mejor y cumplirán mejor su misión”.

Defensor de la iglesia tradicional, y de los preceptos plasmados en el Concilio Vaticano II, Monseñor Puente fue uno de los primeros en obedecer el ordenamiento del Papa Benedicto XVI para retomar por ejemplo, el rito tradicional.

En sus misas los hombres se sientan de un lado y las mujeres del otro. Las damas deben cubrirse la cabeza. Ahí no hay nada de “cantitos” modernos y estridencia musical, mucho menos desorden cuando llega el momento de darse la paz.

En esas misas llamadas Tridentinas, donde se canta en latín, el sacerdote oficia de espaldas a la comunidad porque junto con ella y a nombre de ella hace sus ofrendas a Dios, que se encuentra en el altar.

Los mensajes de Monseñor Puente, que usualmente son vigorosos y enfáticos, no admiten medias tintas ni posiciones ambivalentes: O se es católico o no se es, o se cumplen los mandamientos católicos o no se cumplen.

Siendo un ministro de la iglesia que habla más de 20 idiomas, comenzó por casa. No es casualidad que la jornada diaria de las Religiosas Ecuménicas de Guadalupe, incluya clases de latín, hebreo, arameo, copto, italiano, inglés y griego.

Dos de ellas cursaron ya la carrera de derecho.

Intensa, es quizá la palabra que mejor describe la rutina de las hermanas. Una de ellas se encarga de las cuestiones administrativas, otra del cuidado y mantenimiento de los pocos y modestos vehículos con que cuentan, otra más es la responsable de los equipos y sistemas de computación,

Tienen la delicadeza y ternura propias de su condición de mujer, que enmarcan en una sonrisa permanente, sin embargo también saben de los rudos detalles de una obra, la compra de materiales y tareas de construcción.

La delicadeza no está reñida con la energía cuando se trata de impartir catecismo a los niños de la zona que cada sábado llegan a su convento para ser educados en la fe católica.

Con la misma destreza han aprendido a editar el audio y video de todas las conferencias y homilías de Monseñor, que ponen al alcance de la feligresía.

Igualmente operan el equipo de video con que transmiten estos eventos a través de su portal de Internet, así como la señal permanente del Santísimo Sacramento disponible a través de la red de redes.

El área de música también tiene una titular, quien además se ocupa de coordinar todo lo que se fotocopia, pega, cose, empasta y se convierte en tomos de una colección de 50 enormes títulos sobre los clásicos del conocimiento humano occidental. Una característica los convierte en extraordinarios, la de que se trata de textos escritos en sus lenguas originales.

Toda obra de dominio público, y sin conflicto en materia de derechos de autor, está ahí. Es el resultado de horas y horas robadas al sueño por Monseñor Puente, quien ha tenido que aprender lo necesario sobre computación e Internet, a fin de hurgar en las más recónditas bibliotecas virtuales del mundo, empezando por las de El Vaticano.

Además de la enorme biblioteca virtual, la biblioteca física tiene una cantidad de volúmenes superior a la de cualquier universidad pública o privada de la ciudad. Para ordenarla han diseñado un sistema único a partir de los dos modelos más comunes utilizados para la clasificación de los libros.

Esta monumental obra, asegura, será para todos aquellos seminarios y Diócesis que así lo deseen. Los primeros tomos, desde luego, ya están en manos del arzobispo Rafael Romo Muñoz.

Pero las religiosas no paran, cada una se multiplica por dos o tres para cumplir con tantas tareas: lavar ropa, preparar alimentos, hacer el aseo del convento y la enorme carpa que desde hace meses funciona como iglesia en tanto se termina el edificio de material.

Aún con la ayuda de algunos laicos comprometidos, que colaboran en la venta de artículos religiosos, la realización de alguna kermés u otras actividades, las religiosas deben darse tiempo para aprender la parte sustancial de su misión: dominar todos los detalles propios de la liturgia, y profundizar su conocimiento sobre el catolicismo, sus aspectos históricos y espirituales.

La tarea material no se limita al convento en el fraccionamiento Murúa. Las hermanas Jovita, Hermila, Dominga y Maria Luisa, atienden el orfanato que desde hace casi cinco años se abrió en La Gloria. En este momento la cifra de niños llega apenas a la veintena pero ha superado los 50.

Para esa cantidad de criaturas lavan, planchan y cocinan. Lo mismo son sus madres que enfermeras, e igual corren para llevarlos a las escuelas. Los hay desde 2 hasta 12 o 13 años, y apenas comienzan a tener uso de razón y aprenden a expresarse, sus primeras palabras son para pronunciar una oración.

Son juguetones, inquietos y hasta rebeldes como cualquier otro, pero cuando llega la hora de misa, cantan en latín como los feligreses, aprenden el rosario, participan como acólitos, y atienden diferentes responsabilidades como parte de su aprendizaje y formación.

La mano enérgica que corrige, siempre está ahí, pero lo que mejor define el trato que reciben, es la palabra amor.

Esos niños son para las Ecuménicas de Guadalupe un gran proyecto, pero por si solo, cada niño es un proyecto de vida que cuidan con esmero, con trato personalizado.

No es todo. La congregación tiene en sus manos la formación de varios jóvenes con vocación sacerdotal. Son preparados espiritual e intelectualmente para ingresar después al seminario diocesano.

Cuando el día está a punto de concluir y la población se prepara para dormir, las religiosas todavía estarán turnándose a lo largo de la noche para la jornada de adoración al Santísimo, que se transmite las 24 horas vía Internet.

Ante El estarán rezando por los enfermos, por la paz de Tijuana, y por la salud física y espiritual de la comunidad que regularmente acude a los servicios religiosos ofrecidos en la iglesia Jesús Adolescente.

Las veladoras que alumbran la pequeña capilla privada donde esto ocurre, mantienen viva la llama espiritual que sostiene no solamente a la congregación.

Su resplandor alcanza a la ciudad entera.

Hoy, 25 años después, Monseñor Puente no oculta su orgullo y satisfacción por los logros alcanzados, aún cuando el camino por transitar todavía es largo.

Su madre, la maestra Evangelina Ochoa, no podría estar más de acuerdo.

La que fuera guía e inspiración de las jóvenes religiosas falleció el año pasado, pero su espíritu continua presente en cada peldaño que ellas recorren rumbo a su perfección.